Irresponsable (1889), de Manuel T. Podestá, se publicados años después de la novela que hoy es representante canónica de la estética naturalista en Argentina: En la Sangre (1887), de Eugenio Cambaceres. En efecto, Irresponsable parece proyectarse como una respuesta a la esta obra cumbre del movimiento, continuando el debate científico-político que se inaugura en la década anterior con la salida del primer capítulo de La taberna (L’Assommoir), de Émile Zola, en el diario La Nación.
En la novela de Podestá el problema no parece estar “en la sangre” de los inmigrantes, paradigma de este movimiento en su vertiente nacional, sino en la falta de este líquido vital, es decir, en la anemia de ciertos habitantes, sin importar ya su procedencia, que parasitan las instituciones obstaculizando las consignas liberales de progreso y modernización, tal como ocurre en la configuración de su protagonista (in)nominado “El hombre de los imanes”. La tesis cientificista y determinista se presenta desde un narrador en primera persona que se desdobla en el recuerdo de su juventud, cuando detecta el caso médico-jurídico a través de fisinognomía del protagonista, con la enunciación de un yo y un nosotros que apela a la indentificación –y así a la construcción del ser nacional–, mientras que en la segunda parte aparece un narrador-observador en tercera persona, fiel a los parámetros naturalistas, donde se muestra el devenir clínico-moral de este personaje.

La novela inaugura otra variable del modelo, donde la (ir)responsabilidad como una problemática jurídico-moral, se representa como (im)posibilidad de pertenencia a la red social coyuntural del Estado Nación. Esta acusación, expuesta desde el mismo título, que se manifiesta como la incapacidad de adaptarse al medio de un personaje tipo desde el discurso fisignómico y patológico, también está presente en la construcción interna de las instituciones, que son proyectadas desde los mismos campos semántico-cromáticos con que se define al protagonista. Así, el color amarillo, en contraste con el rojo-sangre, se muestra también como obstáculo para el progreso que la ciudad ostenta y que los inmigrantes, en esta oportunidad, transitan en la dirección acertada.
I. El naturalismo, base estética para la (con)formación del discurso del ser nacional
El naturalismo llega a nuestro país con la publicación del primer capítulo de La Taberna (1877), de Émile Zola, en el diario La Nación, el 3 de agosto de 1879. A partir de allí comienza un intenso debate entre aquellos que no aceptan los lineamientos de esta escuela narrativa francesa, incluso motivando que el diario argentino interrumpa dicha iniciativa, y quienes encuentran en la estética literaria una forma plena para plasmar sus propias concepciones literarias, políticas y sociales, implementado el género novela como discurso enunciativo y poniendo en juego la identidad nacional en disputa. En efecto, la irrupción de la novela naturalista conquista adeptos que la utilizan como instrumento para instituir los cánones de modernización y progreso del modelo liberal que acompañan el proceso histórico que se consolida en 1880 con la conformación del Estado Nación, a través de la ostentación de una supuesta objetividad acompañada de un marcado determinismo cientificista. Así, con Pot-pourri (Silbidos de un vago) (1882) de Eugenio Cambaceres, se inicia la transculturalización del género,1 que logrará su cumbre con En la sangre (1887) del mismo autor, y que irá tomando diferentes motivos y formas según los intereses coyunturales de cada adscripto al modelo zoliano.

De esta forma, el médico alienista Manuel T. Podestá, argentino de primera generación, de padres genoveses, se suma a las filas del naturalismo con Irresponsable, publicada en1889.2 Con su escritura, abundante en descripciones y retratos contundentes en concordancia con el modelo zoliano, Podestá presenta, analiza, pero también advierte sobre un caso clínico-jurídico que, a lo largo de la obra, sufre una progresiva e irrefrenable degradación (Salto: 1998). La locura (clínica) y la irresponsabilidad (jurídica) serán el diagnóstico de un tipo social fácilmente identificable por su fisionomía. En consonancia con teorías como las de Cesare Lombroso.3 donde la responsabilidad o irresponsabilidad moral es materia de disputa médica y jurídica, el protagonista es declarado enfermo y culpable a la vez desde el propio título que lo sentencia. Apelando a la fisiognomía lombrosiana, la incapacidad natural, orgánica y hereditaria del protagonista, nominado como “El hombre de los imanes”, lo arrastra a la degradación, que concluye en el inevitable colapso fisiológico-neuronal.
Nos proponemos demostrar, entonces, en el recorrido que se hará de la obra, cómo el discurso científico-jurídico que impone el narrador –y el mismo Podestá en el pequeño texto introductorio que oficia a modo de dedicatoria– enmarca al personaje principal desde una identificación fisiognómica en un cuadro clínico, y cómo diagnostica fisiológica y socialmente el caso a través de la detección, observación y seguimiento del mismo, es decir, del método científico. Acorde al concepto de las leyes de herencia y tendencias sociales de la consignas naturalistas-deterministas, el protagonista deja de ser sujeto de experiencia para ser reducido a mero objeto. En ese sentido, el propósito también es evidenciar cómo la novela naturalista fue instrumento de la consolidación del ideario conservador y de una noción exclusiva, en el doble sentido del término, del concepto de “argentinidad”.4
II. Por una interpretación crítica de la transculturalización naturalista
En El cuerpo del delito. Un manual (1999), Josefina Ludmer propone pensar el siglo XIX como dos universos: el que surge a partir de la independencia, es decir, el de las guerras civiles, donde la literatura está fundida con la política y gira alrededor de la utopía de la unificación y otro –el que nos compete en el presente trabajo–, que surge a partir en 1880 con establecimiento definitivo del Estado, definido por la nueva utopía de Nación. En esta coyuntura “se despolitizan las representaciones y se transforma en puramente sociales y culturales” (Ludmer: 1999: 90) con la entrada al mercado mundial y la unificación política jurídica. Así como este evento representa un corte político, también constituye un corte literario, donde escriben los primeros universitarios que, a la vez, poseen cargos estatales, como es el caso de Podestá, formando una primera coalición cultural del Estado liberal.
Este grupo de jóvenes escriben en sus ficciones “un mapa social, cultural, nacional, racial y sexual de la sociedad despolitizada de 1880” (Ludmer: 1999: 90) para el Estado, a través de cuentos, memorias, autobiografías y fábulas de identidad. El Estado necesita esas ficciones, para, a través de las relaciones sociales que la coalición traza, poder organizar las relaciones de poder y postular sus propias definiciones sobre los sujetos que intentan integrar al Estado liberal. Ludmer afirma que los cuentos de educación y matrimonio5 tienen estrecha relación con las leyes del estado liberal, la educación laica y el matrimonio civil. Miguel Cané, con Juvenilla (1884), como memorista autobiográfico, y Lucio Vicente López, con La gran aldea (1884) como cronista, ambos patricios nacidos en el exilio rosista, son los representantes de este sector de la coalición y de las posiciones tradicionales que intentan dar una definición de “lo nacional” que, a la vez, construyen “versiones alternativas de la nación anterior en guerra” (Ludmer: 1999: 90).
Pero, en plena modernización, los discursos de los patricios y de los gentihombres no alcanzan. De allí surgen el dandy y el hombre de ciencia, como los nuevos sujetos que van a narrar el presente desde posiciones más modernas, convirtiéndose en los nuevos sujetos de la coalición cultural: son la voz y la mirada del positivista las que participan de una segunda coyuntura del Estado liberal, que está por sufrir su primera crisis.6 En este contexto, el higienismo, que consiste en asegurar la salud colectiva, y en el que Podestá tuvo injerencia como médico de la comunidad de inmigrantes genoveses (Blasi: 1993), se vuelve relevante para los intereses de las políticas gubernamentales, cuyo desafío no solo radicaba en fabricar ciudadanos, sino en que debían ser sanos, es decir, adecuados y adaptados al orden general que disponía el Estado. Ello deriva, a su vez, en procedimientos de vigilancia y control de las vidas privadas. De allí las ficciones somáticas que acompañan esta necesidad, homologando de forma nítida el cuerpo individual con el cuerpo social. Como señala Nouzeilles,
En este contexto, el higienismo, que consiste en asegurar la salud colectiva, y en el que Podestá tuvo injerencia como médico de la comunidad de inmigrantes genoveses (Blasi: 1993), se vuelve relevante para los intereses de las políticas gubernamentales, cuyo desafío no solo radicaba en fabricar ciudadanos, sino en que debían ser sanos, es decir, adecuados y adaptados al orden general que disponía el Estado. Ello deriva, a su vez, en procedimientos de vigilancia y control de las vidas privadas. De allí las ficciones somáticas que acompañan esta necesidad, homologando de forma nítida el cuerpo individual con el cuerpo social.
Así, las ficciones somáticas fundadas en las ficciones patológicas de la medicina hacen del médico, dentro de la inquebrantable fe en el positivismo que practica, el profeta responsable de implantar el discurso de la salud nacional. Esta voz jerarquizada se pronuncia con autoridad suprema en pos de establecer la nueva utopía de progreso del Estado Nación. Podestá, a través de la escritura de Irresponsable, se propone asumir dicho rol.
III. Construcción de una tipología de la inadecuación
Entedemos que Irresponsable puede ser divida en dos partes. Una de ellas evoca el pasado, utilizando como instancia narrativa la primera persona –en plural y en singular–, que categoriza al narrador rememorando su juventud (o iuvenīlia). Aquí es donde se presenta la detección del caso, es decir, cuando el narrador conoce al protagonista dentro de sus estudios universitarios y crea una manifiesta distancia, jerarquizándose ante él casi de forma maniquea. La otra parte, más cercana a los parámetros del naturalismo por estar enmarcada en el presente de la enunciación desde la tercera persona, corresponde a la observación del caso en su devenir y progresiva degeneración, donde la ciudad y la modernización no dejan espacio al protagonista, aunque sí a los inmigrantes –cosa no habitual en otras obras naturalistas–. Por ello, creemos fundamental analizar también cómo discute y dialoga con las anteriores “ficciones somáticas”,7 en la búsqueda de la configuración de una identidad nacional dentro de una nueva utopía de Estado: la del perfeccionamiento de la población mediante los conocimientos científicos, los mismos que en el siglo XX serán una de las pesadillas de la modernidad.

Los capítulos iniciales, “Saque usted una bolilla (Recuerdos de la universidad)” y “Era su destino”, subdivido en dos secciones subtituladas “El Anfiteatro” y “El hospital”, presentan una serie de particularidades que nos permiten analizarlos como una primera parte: como una autobiografía ubicada en un pasado que retrotrae a la época estudiantil del narrador, evocada desde una primera persona en plural y singular. En estos capítulos, el narrador detecta, analiza y esboza un primer diagnóstico del caso clínico-jurídico, a quien apoda como “El hombre de los imanes”. Los capítulos posteriores de lo que entendemos como una segunda parte, más cercana los parámetros de novela naturalista, están compuestos por: “El único hambriento”, “Transformismo”, “Sin amigos”, “Antaño”, “Irresponsable”, “En política”, “En el comité”, “Inconsciente”, “Inservible”, “El depósito” y, finalmente, la propedéutica clínica final denominada “Apoteosis”. En esta parte, el narrador se abocará al seguimiento del caso, es decir, a novelar la degradación del (in)nominado personaje, desde una tercera persona, como un observador, sin enunciarse mediante la primera persona ni participar, sino solapadamente, a través del uso del indirecto libre, la autorreflexión del personaje o el diálogo de éste con su amigo de “antaño”. Podemos apreciar allí la ubicación temporal en un presente: el del protagonista, luego de no haber podido completar su paso por la educación, ni concretar su matrimonio, hasta llegar al diagnóstico-juicio final, como un “Ser trasformado sucesivamente por la neurosis, por el alcohol, por la mancha hereditaria, que fue agrandándose con los años hasta eclipsar su personalidad” (Podestá: 1889: 349). En ese presente, el centro neurálgico es la ciudad y el futuro se vislumbra en su resplandor, pero también, desfila por sus calles con la marcha fuerte y vigorosa de los inmigrantes. Así, coincidimos con Leandro Simari cuando afirma que:
(…) el encuentro de la novela con el naturalismo se produce en el cuarto capítulo, incluso de una manera significativamente literal: luego de regresar tras un periplo por la ciudad que permite focalizar la narración, por primera vez, en su apatía y su soledad casi misantrópica, el hombre de los imanes reencuentra, “en un derrumbe de libros y folletos”, un volumen de La taberna y Naná. (2015: 4)
Esta segunda parte, para nosotros la verdadera novela naturalista –que bien podría estar entre aquellos libros y folletos que reencuentra el personaje en sus estantes–, es proyectada por el narrador en la primera parte, al reencontrarse justamente con “El hombre de los imanes” en “El Anfiteatro”: “Teníamos un hilo de la historia y no queríamos soltarlo tan fácilmente: un retazo de novela viviente por delante, especie de libro trunco cuyos capítulos empezaban con el examen de física” (Podestá: 1889: 68)8. Podríamos pensar esta segunda parte como un metadiscurso, donde el narrador autobiográfico de la primera parte consigue convertirse en el observador naturalista de la segunda. Sin embargo, también encontramos en la primera parte autobiográfica elementos naturalistas, ya sea zolianos o transcultural izados, que configuran a su vez esta segunda parte como novela naturalista.
Así, el atenerse al presente como único objeto importante –de acuerdo con las consignas zolianas– parace no cumplirse en la primera parte, puesto que el narrador evoca un pasado. No obstante, ejerce ese recuerdo en función de implantar una crítica social-institucional a través de los detalles y la observación. Ese pasado que se refleja en ebullición, “La puerta de la Universidad era entonces un hormiguero; un entrar y salir incesante de alumnos: grandes, chicos, bien y mal vestidos” (Podestá: 1889: 18), es en realidad, desde la configuración espacial, otro pasado. Los interiores de las instituciones, siempre saturados de polvo y humedad, representan ese “otro mundo” que menciona Ludmer, el de la utopía de la unificación, divido, o “agrietado”: “En el largo claustro con su techo blanqueado y agrietado por la humedad y los años” (20), con vestigios del rosismo en la mención del color punzó del gabinete: “ahí adentro, en ese gabinete forrado de armarios de pino pintados de punzó imitando un cedro que no figura en ninguna flora, con vidrieras desaseadas, impregnadas de polvo y de humedad” (39); y que necesitan del progreso, del establecimiento del Estado Nación, para salir de la ruina: “Eran dos cuartujos de techo bajo, sombríos, húmedos, con esa humedad pegajosa y molesta de las piezas que han estado cerradas mucho tiempo; amenazaban ruina” (52-53), y dejar atrás el pasado colonial “Era un resto arruinado de la época colonial”(70).9
Esto nos da la pauta de un antes y un después, que también es un antes y después de la profesión del narrador, es decir, un antes y después de su consagración universitaria. Aunque el pasado no es un tópico del naturalismo zoliano, podemos relacionarlo con la transculturalización del género en un intento por establecer la jerarquía del narrador desde un nivel superador al tener que atravesar las instituciones con estructuras más cercanas a la colonia que a la conformación del Estado Nación. Así se le da un valor al discurso sobre la salud de la Nación –o lo que (no) necesita la Nación– que funciona como una crítica político-social proyectada hacia el futuro.
Veamos ahora la primera descripción de “El hombre de los imanes”:
Alto, muy alto, flaco, con la flacura del hambre, con una cara puntiaguda, demacrada, amarillenta, con esa piel lisa, estirada, como si algún maleficio le hubiese hecho perder la movilidad que da la expresión fisionómica. Los ojos negros, tristes, pensativos, que vagaban en dos órbitas demasiado grandes, ahuecadas como las de un muerto; frente alta, fugitiva, con arrugas prematuras y más acentuado que en el resto de la cara el color de pergamino viejo; una cabellera alisada con la palma de la mano mojada. (Podestá: 1889: 37)
En este primer retrato, se pueden hallar los mecanismos que hacen a la configuración del personaje, donde encontramos el color amarillento de su aspecto como una constante del relato. El mismo énfasis con el color amarillo también se encuentra en la descripción espacial que conecta al protagonista con ese pasado, con lo obsoleto e inútil, lo feo y desaseado. El amarillo, entonces, será el puente para construir un sentido semántico entre personaje-espacio y pasado-presente, en contraste con la superación del narrador, que después expondremos con más detalle. Por ejemplo, encontramos el amarillo en la descripción del anfiteatro donde los muertos son examinados:
Apenas franqueada una puerta, tembleque como un ébrio, se presentaba la faz desconsoladora de lo que se llamaba anfiteatro: una pieza rectangular, húmeda, pintarrajeada de amarillo sucio, con un cielorraso de lona blanqueada, con grandes manchones de agua filtrada por la lluvia. (Podestá: 1889: 44)
El amarillo es aquello sin sustento vital, sin lugar en el presente enérgico, debilitado por ser parte de otro modelo, como lo podemos comprobar en los capítulos que conformarían, según nuestra concepción, la segunda parte. En efecto, las palabras iniciales de “El único hambriento” –primer episodio narrado en tercera persona– reflejan el dinamismo del presente, ubicado en el centro de la ciudad: “La calle Florida tenía un aspecto brillante: el movimiento, el lujo, la ostentación de las cosas y de las gentes” (Podestá: 1889: 91). La descripción dinámica de la ciudad –donde el narrador higienista no se abstiene de denunciar “las calles desaseadas” (91)–, se puede relacionar con mismo dinamismo que presentaba la universidad. Sin embargo, el aspecto “brillante” contrasta con los interiores llenos de polvo y humedad de las instituciones aún no modernizadas. En la ciudad, el amarillo se mantiene en las luces, que dejan ver los “tristes” resabios del pasado: “Algunas vidrieras empezaban a iluminarse con los focos brillantes de las lamparillas eléctricas, que ponían de relieve la inferioridad de los mecheros de gas con su luz triste y amarillenta” (99). Más adelante, en la descripción de “El depósito”, se repite la misma comparación.: “Un mechero de gas que iluminaba el patio, proyectaba algunos rayos amarillentos al interior de la habitación, dándole un aspecto siniestro” (324), e insiste párrafos más abajo: “Cuando avanzaba lentamente desde el fondo sombrío del depósito y recibia de golpe la luz ténue, oscilante y amarillenta que despedia el mechero del patio, parecia envuelto en las sombras misteriosas del sepulcro” (324). Este campo semántico es comparable con los que se abren en la descripción del personaje, con la imposibilidad de su tránsito hacia el futuro, por su debilidad física y moral, juzgado a partir de lo fisognómico, de lo que implica su (amarilla) apariencia.
En esta primera parte el narrador instala otros tres elementos que nos interesa destacar y que se proyectan a lo largo de la obra, ya que los consideramos representantes de problemáticas que atraviesan al “Hombre de los imanes”. Por un lado, el examen de física: “examen serio, de prueba, de verdadera prueba” (Podestá: 1889: 35). La imposibilidad de acceso a dicho conocimiento, que es mostrado como la consagración del conocimiento, es el primer síntoma de la degradación, una marca indeleble que, como la herencia alcohólica, no tiene posibilidad de retorno ni redención. Tal es así que, en la segunda parte, su amigo de antaño recuerda, sentencia y rebaja uno de los pocos golpes de energía y entusiasmo que presenta el protagonista a lo largo de la obra con la frase final, cargada de saña e ironía: “¡Diga usted los imanes!” (217).
Otro elemento a destacar es el sombrero de copas: “medio abollado y deslustrado por el uso” (Podestá: 1889: 75) –el mismo que Podestá en la dedicatoria a Vedia arenga a tirar a la “quema” (14)–. El sombrero, último bastión de inserción social, el último –y anticuado– lujo del protagonista, es su único amigo: “Su fiel sombrero de copa estaba allí, en el suelo, a su lado, como un ente piadoso que contemplase su desventura” (287). Cuando cae el sombreo, cae también el personaje en el último paso de degradación física, la epilepsia, que lo lleve a perder la posibilidad de ser un hombre. Finalmente, la pérdida del sombrero lo animaliza: “Desanudó sus dedos entumecidos, como si rompiese sus ligaduras y agarrándose fuertemente la cabeza estalló en un sollozo prolongado. Parecía el aullido de un perro delante de la tumba de su amo” (330). El sujeto ya no es sujeto, así como no alcanza el objetivo del conocimiento, tampoco puede ingresar en la jerarquía pretendida, ni al lujo, ni a la modernidad.
Por último, tanto como el amarillo lo representa, el rojo le es vedado: sus labios siempre descoloridos, su escasa sangre que nunca alcanza para sonrojar por completo sus mejillas, “Recordó la noche que había golpeado a la puerta de su único amigo y no pudo sentir el rubor en su rostro porque ya su sangre estaba cansada de servir a sus nervios enfermos” (Podestá: 1889: 172); o es fría, o azul “Las mejillas surcadas por venas azules” (341), directamente, anémica “toda su sangre anémica se le subió a los pómulos” (114). Aquí encontramos un hilo conductor entre lo fisiognómico y lo fisiológico: la predominancia de amarillo, en el aspecto, es la imposibilidad del rojo, de tener sangre, por ende, vitalidad.
Pero además, la sangre hace directa referencia al alcoholismo –motivo naturalista por excelencia–, que más que un vicio para “El hombre de los imanes”, es una herencia de la que no puede escapar. Podemos comprobar un contraste con el guardián del anfiteatro, “sus ojos de lobo marino hacían guiñadas, pestañeando cerno las lámparas de aceite próximas a extinguirse; el colorete de sus mejillas flácidas, caídas, había subido de tono: esa mañana estaba más idiota que ebrio” (55). El caso del portero del anfiteatro funciona a modo comparativo: se presenta antes que el alcohol sea un problema para el protagonista, es decir en la primera parte, y es una forma de mostrar sus efectos: la imposibilidad de tener color rojo en las mejillas. Pero el portero toma porque es “idiota”. No parece suceder lo mismo con “El hombre de los imanes”: no aparece ninguna referencia explícita al acto de beber, sino que es directamente alcohólico, y lo es por ser una afección es hereditaria, es decir, no está en el vicio, sino en la conducta.
En cuanto a la enunciación de un “yo” y de un nosotros comunitario presentes en la primera parte, entendemos que se insertan en función de crear la figura de autoridad de un narrador como expresión del positivismo y de la posibilidad de diagnosticar el caso clínico-jurídico detectado, así como también de implantar un verosímil que apele a verificarse como documento de la realidad. Esta característica es la que prevalece en la obra como estrategia discursiva-cientificista: estrategia que no cumpliría, sino progresivamente, los presupuestos naturalistas zolianos que dictan la no intervención del novelista.10 A la vez, y en este sentido, también podemos pensar la transculturalización del género, cuando narrador se enuncia con un nosotros comunitario que apela a la identificación de “los profesionales”: “Eran entonces los buenos tiempos de la vida estudiantil, que echamos muy de menos los que cargamos el sambenito de una profesión y los que han pasado de la Universidad al comercio sin satisfacer sus aptitudes o su codicia” (Podestá: 1889: 18), de esta forma también se separa de los filósofos y de los poetas, resaltando su autoridad científica. Pero nos vamos a detener en el décimo párrafo, donde aparece el “yo” autobiográfico, que excede la memoria de un nosotros para enunciarse en pos de marcar dicha autoridad, aquello que lo diferencia de lo(s) otro(s):
Recuerdo siempre la impresión que me produjo la entrada a la Universidad en un día de examen. Salí de mi casa con escalofríos; y, como quien va a tomar una posición por asalto, empecé a meditar mi plan de ataque:-al llegar a la puerta me faltaron las fuerzas, se me iba el coraje como la sangre en una hemorragia, hice una tentativa atrevida, enérgica, tomé una resolución suprema me presenté indefenso, esperando ver mi sombrero abollado, volando por las bóvedas del claustro, y mis espaldas sometidas al repique de mil puños frenéticos (…) hasta que pude desprenderme del grupo para colocarme en la vereda opuesta. (Podestá: 1889: 20-21)
En nuestros subrayados se pueden apreciar las diferencias con los elementos mencionados con anterioridad, que hacen referencia al “Hombre de los Imanes”: ese “yo” que “recuerda”, elude a los otros para ubicarse en “la vereda opuesta”, a quien no se le “abolla el sombrero” –como sí lo está la galera de protagonista– y con la fuerte comparación que tiñe de rojo la imagen “como sangre en una hemorragia”. En esta breve pero contundente pausa descriptiva, el narrador logra diferenciarse, marcar una cierta autoridad que lo distancia que lo salva, la misma que lo va a dotar de la capacidad, juicio y energía para ejercer el poder narrativo: el de las ficciones somáticas, aquellas que ejercen el otro poder que ostenta, que es el de la medicina. Párrafos más abajo otra pausa descriptiva irrumpe el relato: “Recuerdo que estudiando el tercer año de latín, nos hicieron traducir (…) una tragedia en tres actos, en prosa, en la que figuraban personajes antipáticos y hasta, si no recuerdo mal, una mujer de mala vida cuya conducta escandalosa nos daba mucho que pensar” (Podestá: 1889: 26).
El otro vicio de conducta que afecta al personaje es rechazado por el narrador no desde el contacto estrecho, sino desde la misma primera persona del singular, tomando distancia literaria, para luego, en “El Anfiteatro”, descartar en nombre de la ciencia sus restos, o sacarle el máximo provecho: “pues los estudiantes los utilizaban para hacer sus preparaciones y generalmente eran preferidos los de mujer para extraer los huesos de la pelvis y los del cráneo” (68). Pareciera que estas mujeres, negadas o contrarias a la institución matrimonial, sólo le pueden servir sin vida a la Nación.
Nos interesa analizar la instancia enunciativa de la última sección de esta primera parte, denominada “El hospital”. Allí aparece un “nosotros”, que fue instaurado en el capítulo anterior, cuando el narrador se (re)encuentra con su caso y donde puede observar un deterioro del mismo y va a examinarlo, dándole por primera vez voz al personaje. Ese nosotros que enuncia, sin embargo, nunca será justificado, no hay nadie que comparta las observaciones del narrador, dándole carácter de ensayo científico: la entrevista a “El hombre de los imanes”, es la técnica que utiliza el investigador para analizar el caso, para examinarlo y poder esbozar un primer diagnóstico. A través del diálogo, que se transforma en soliloquio por su extensión, al darle voz al personaje, y el narrador enunciarse como un nosotros, el lector vuelve a identificarse con este último. Así, el examen científico del caso es realizado no casualmente dentro de “El Hospital”, tendrá un primer diagnóstico que sostiene la tesis del narrador –y que será potenciado luego con el de “La Apoteosis”–:
En esos cerebros así conformados hay un gérmen del mal en estado latente, que alcanza a atenuar la influencia social y la educación, pero que, en definitiva, hace sus estragos cuando la ocasión es propicia: falta el sentido moral, falta el equilibrio, falta en el cerebro la cámara oscura donde se reflejen las imágenes reales que den la medida de los actos, de las deliberaciones, con la conciencia plena de las impresiones recibidas: son los ciegos morales que tropiezan á cada instante. (Podestá: 1889: 86)
Acá se puede evidenciar el pensamiento higienista, en donde lo material incide sobre lo moral y lo moral, a su vez, determina lo orgánico (Salto: 1998).
Por último, en Irresponsable podemos encontrar una vertiente del naturalismo que se diferencia tanto de En la sangre como de Inocentes y culpables (1884), de Antonio Argerich. En tanto hitos de la vertiente naturalista argentina, ambas novelas proyectan sobre la figura del inmigrante las patologías deterministas que legitimaban los perjuicios sociales del contexto: que fueran presa fácil de la enfermedad por su disposición genética ponía en riesgo a la elite criolla. En la obra del Podestá, en cambio, la vitalidad de la salud nacional está en el futuro, y ese futuro es auspiciado por los inmigrantes, que desfilan por la ciudad: “contentos, fuertes, despreocupados” que venían “a una tierra extraña con la promesa halagadora de un bienestar que en la suya no había conseguido” (Podestá: 1889: 150). En la larga descripción de la caravana, que por medio de la (auto)reflexión es descripta por el protagonista, podemos ver la contraparte de la descripción fisionómica con la del protagonista: “caras plácidas, de hombres sanos, contentos, sanguíneos; hablaban fuerte en su dialecto especial, echando tal vez sus cuentas sobre la probabilidad de una próxima fortuna” (147) mientras que las mujeres “De facciones correctas, y algunas hasta hermosas, con sus colores de manzana madura, sus grandes ojos negros, vivos y de mirar curioso; dentadura fuerte, blanca, compacta, y un seno elevado, turgente, capaz de alimentar tres chicuelos hambrientos” (148). Así entendemos que el narrador auspicia la audacia, fortaleza y el trabajo que la mano de obra del inmigrante, fuente del progreso y la modernidad, alineado con el proyecto liberal sarmientino.

IV. Consideraciones finales
Creemos que Irresponsable posee dos partes definidas, siendo la segunda un metadiscurso que funciona como novela naturalista dentro de la estructura general. Consideramos la primera parte con un narrador autobiográfico, más cercana al primer sector de coalición – el de Cané– pero ahora mostrando la imposibilidad de “la educación y el matrimonio”, que significa la exclusión de las instituciones y, por lo tanto, la imposibilidad de relacionarse con las leyes del Estado liberal; sentencia que también se acerca al naturalismo, donde el mal está latente, en las tres instancias: la biológica, la social y la moral.
Por otro lado, en esta primera parte encontramos el hospital y la literatura: la potestad de estas dos instituciones son las que hacen a las ficciones somáticas y en las que el narrador se basa para generar la autoridad necesaria y abrir al naturalismo indiscutido que presenta la segunda parte desde su construcción narrativa. Si bien la evocación del pasado parte desde un yo-nosotros enunciativo –que permite detectar el caso, examinarlo y dictaminar un primer diagnóstico instalándolo como ficción somática–, en la segunda parte podemos encontrar las variables del naturalismo más palpables: ubicado en un presente, narrada a través de la tercera persona y del (ab)uso del indirecto libre, la progresiva degradación del caso se proyecta a un futuro, donde el diagnóstico final animaliza al sujeto y así lo excluye fuera del proyecto de nación. Sin embargo, consideramos que la primera funciona en pos de ese naturalismo, en función de reforzarlo y de retomar nociones contrarias, como el romanticismo, o de la vertiente de la primera coalición, la autobiografía memorística, pero transformándolas, en definitiva, en naturalistas.
A su vez, encontramos referencias necesarias que hacen a la elaboración del marco ficcional, que entendemos manifiestan los parámetros del modelo naturalista: el color amarillo, como detonante fisiognómico, a la vez fisiológico, que también es parte de las configuraciones espaciales de aquello que debe ser expulsado de la concepción de nación. También señalamos ciertos elementos que recorren toda la obra: el examen de física, indicador del positivismo científico; el sombrero de copa, como la (im)posibilidad de la movilidad social; la falta de sangre, como determinante orgánico-biológico; el alcoholismo, síntoma de la conducta hereditaria. Estos elementos, que hacen a la configuración del personaje en sus devenires, le serán arrebatados o adjudicados en el proceso de degradación que transita, en el recorrido por (todas) las instituciones que presenta la obra: desde la educación, el matrimonio, el hospital y la literatura hasta la amistad, la religión, la política, la cárcel y, finalmente, el manicomio. Irresponsables se transforma en proyecto inserto en la coyuntura política-social de la conformación del Estado Nación, con una mirada positiva de los inmigrantes, contario a los parámetros canonizados de la transculturalización naturalista en Argentina.
Bibliografía
Avellaneda, A. (1967). El naturalismo y el ciclo de la bolsa. CEAL: Buenos Aires.
Blasi, A. (1983). Orígenes de la novela argentina: Manuel T. Podestá. Actas del Sexto Congreso Internacional de Hispanistas. Toronto: University of Toronto, pp. 111-114.
Cambaceres, E. (2001). Pot-pourri Música sentimental. Buenos Aires: AGEA.
Cambaceres, E. (1983). Sin rumbo. Buenos Aires: Editorial Abril.
Cambaceres, E. (1994). En la sangre. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra.
Gnutzmann, R. (1998). La novela naturalista en Argentina (1880-1900). Ámsterdam-Atlanta: Editions Rodopi.
Ludmer, J. (1999). El cuerpo del delito Un manual. Buenos Aires: Perfil Libros.
Matzat, W. (2010). Transculturación del naturalismo en la novela argentina. En la sangre de Eugenio Cambaceres. En R. Folger y L. Stephan (Eds). Escribiendo la independencia: perspectivas postcoloniales sobre la literatura hispanoamericana del siglo XIX. Madrid: Iberoamericana.
Nouzeilles, G. (2000). Ficciones somáticas. Naturalismo, nacionalismo y políticas médicas del cuerpo(Argentina 1880-1910). Buenos Aires: Beatriz Viterbo Editora.
Podestá, M. T. (2000). Irresponsable. Buenos Aires: Fondo Nacional de las Artes.
Podestá, M. T. (1889). Irresponsable. Buenos Aires: Imprenta de la Tribuna Nacional.
Salto, G. (1998). El debate científico y literario en torno de Irresponsable de Manuel T. Podestá. Anclajes. Revista del Instituto de análisis semiótico del discurso, 2(2), pp. 77-103.
Simari, L. (2015). “Lecturas del cuerpo en Irresponsable de Manuel Podestá: ciencia, literatura, animalidad”. XXVII Jornadas de Investigadores del Instituto de Literatura Hispanoamericana. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Notas
- Matzat (2010) retoma la teoría de Ángel Rama sobre la transculturización, utilizando el sentido teórico del término para demostrar el giro conservador nacionalista del naturalismo aplicado a la situación social argentina. Esta tendencia proveniente de una cultura dominante, entonces, es transculturizada debido al pasado postcolonial y la ubicación geográfica de nuestro país. ↩︎
- Cabe mencionar que la novela se publica inicialmente en cinco entregas como folletín por La Tribuna Nacional, dirigido por Mariano Vedia, a quien le confiere el autor la dedicatoria que preludia el libro. ↩︎
- Leandro Simari sostiene que Podestá posee un conocimiento tan fehaciente del discurso sobre la antropología criminal de Lombroso, que no solo conforma el entramado teórico de su ficción, sino que, por momentos “excede la mera adscripción conceptual para aproximarse incluso a la cita textual” (2015: 5). ↩︎
- La noción de “argentinidad” puede ser pensada como el proceso de construcción de un sentir colectivo donde los sujetos se reconozcan, pero también, desde la determinación del poder hegemónico sobre qué es ser argentino y como operar esa representación. En ese sentido, los sectores culturales tuvieron un papel fundamental en el ejercicio de esta idea hacia fines del siglo XIX. Junto con la necesidad política de un Estado Nación incipiente, intentaron configurar a través de lo simbólico un imaginario exclusivo. ↩︎
- A través de estas dos tópicas, la autora identifica la literatura de esta primera etapa de la coalición. ↩︎
- Con el “crack” financiero de 1890, el naturalismo se renueva hacia una vertiente social, más acorde a los fines de Zola, recogiendo la temática de esa crisis, cuyo mayor representante es Julián Martel con su obra “La bolsa”. ↩︎
- Para Nouzeilles (2000), las ficciones somáticas son el cruce de la novela naturalista, el nacionalismo y el saber médico en las postrimerías del siglo XIX. Las mismas participan en la construcción de una identidad a su vez que le adjudican a la literatura nacional la tarea de disciplinar de los elementos discordantes generado por la modernización del país y atravesado por las olas inmigratorias. ↩︎
- Los énfasis en todas las citas son nuestros. Por otro lado, todas las citas fueron tomadas de la primera edición de 1889. Si bien la grafía ha sido cotejada con la edición de El Fondo Nacional de las Artes y corregida de esta forma a fines de la correcta comprensión, preferimos utilizar la edición original, dado que la misma contiene la advertencia que fue eliminada en la prologada por Carlos Damaso Martínez. ↩︎
- En 1880 se inaugura el actual Hospital de clínica que auspiciará la construcción de la Facultad de Medicina, que hasta el momento utilizaba el edificio de hospital de varones en San Telmo, edificio que pertenecía al protomedicato del Virreinato. ↩︎
- Rita Glutzman Morris (1998) lo afirma en torno a la obra de Cambaceres En La sangre, que sí cumple con este presupuesto. ↩︎
Sobre la autora

Soledad Bianchi es periodista y crítica de cine (http://lostreberretines.blogspot.com). Estudiante avanzada de la Carrera de Letras en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Ayudante de cátedra de las materias Literatura Argentina I, Literatura Argentina II y en el Seminario de Grado “La lengua del poema: Singularidades y sitios de acontecimiento” en Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Lomas de Zamora.